Rafael Moneo, 3 de junio de 2015 Me adhiero con toda firmeza a todos aquellos que defienden la integridad de la Plaza de la Trinidad, tal y como la proyectó Luis Peña Ganchegui, considerando que intervenciones como las propuestas transforman y desvirtúan lo que ha sido un modelo de actuación en los espacios públicos y abiertos de los centros históricos. Cabe decir que llueve sobre mojado, ya que a lo largo de los cincuenta años transcurridos desde la remodelación de Peña Ganchegui a lo que es la situación actual, el recinto ha sufrido un proceso de banalización tan sólo justificado por una muy discutible interpretación del uso. Desgraciadamente, los juegos populares –frontón abierto, bolatoki– han quedado desplazados por otros más propios del patio de una escuela o instituto que de un espacio abierto en el corazón del centro histórico de Donostia, cambiando así el carácter que la Plaza de la Trinidad adquirió en 1963. Y ello por no hablar de lo que han sido las sucesivas intervenciones de restauración –que con el propósito de conservar, han hecho perder valor a los elementos arquitectónicos restaurados– o del impacto que han tenido las vallas y cierres que han limitado el uso con libertad del espacio público. Puede que haya llegado el momento, ya que se siente la necesidad de intervenir en lo que hoy es el espacio de la Plaza de la Trinidad, de volver a lo que fue tras el proyecto de Luis Peña Ganchegui, que supo respetar a un tiempo los valores arquitectónicos de un episodio urbanístico espontáneo y el uso que del mismo hacían quienes vivían en el centro histórico de Donostia. Ojalá el movimiento “En Defensa de la Plaza de la Trinidad” consiga tan valioso objetivo. |